Relatos de Brujas sucesos reales

BRUJA (#395 – 01/07/2017)
Relato basado en sucesos reales, contado por Zaira Dimas
Escrito y Adaptado por Eduardo Liñán.

Vivo en General Zua Zua, Nuevo León; pero nací y crecí en Cd. Mante en el estado de Tamaulipas, México. Fue durante un viaje que hice a esta ciudad que fui a visitar a mi abuela. Una mujer mayor de gran experiencia y muy atenta conmigo y con mi familia. En esa ocasión llevaba a mi pequeño niño de 3 meses de nacido para que lo conociera. Era un época de invierno, en el que comenzaba a hacer algo de frio y los días duraban menos; para las 7 pm ya estaba muy obscuro y era costumbre que el ambiente se llenara de sonidos propios del monte y el área rural donde vivía mi abuela, la obscuridad que nos envolvía era muy extraña y a pesar de tener los focos encendidos la iluminación era muy pobre. Las primeras noches, la abuela estuvo atendiéndonos y procurando al bebé; pero una tarde tuvo que salir a unos encargos y no regresaría hasta ya entrada la noche.


La tarde se fue rápidamente dejándome a obscuras con tan solo el televisor encendido, la luz azulada de la pantalla iluminaba el cuarto y emitía sombras extrañas que iban y venían por los rincones. La somnolencia hizo que me levantara y fuera a revisar al niño. La casa de la abuela no era muy grande, solo tenía 2 grandes habitaciones, una donde tenía su taller de costura y la otra era una habitación muy grande donde dormía, ambas piezas eran divididas por una gran cortina floreada que a esas horas de la noche ondeaba con la brisa nocturna.

Al hacer la cortina a un lado me asomé y vi que el niño dormía plácidamente en la cama matrimonial de mi abuela. Casi de inmediato algo llamo mi atención; frente a la cama había otra cama matrimonial y junto a ella un gran ropero, en el espacio entre el ropero y la pared, iluminado con la luz de la televisión que estaba encendida en la sala, estaba el rostro asomado de un niño, era pequeño como de cuatro años que parecía estar ahí sin ninguna expresión, al percatarse que lo veía, dejo salir una breve pero perturbadora sonrisa. Que de principio hizo que una corriente eléctrica me recorriera el “espinazo”.

Mi mente intentaba dilucidar la presencia de aquel niño, la carita pálida y la sonrisa extraña me hizo reaccionar, no era ningún vecinito, tampoco alguien que se hubiera metido, era una aparición. Un fantasma o algo peor que se me presentaba de una manera amable. Enseguida vi a mi niño que estaba tan solo unos metros de aquello y enseguida el instinto hizo que me pusiera enérgica y me plantara profiriendo insultos. La aparición salió rápidamente del rincón y se fue a meter a la cocina. Al ir tras el encendí las luces para ver mejor el entorno y me di cuenta que ahí no había nada, todo estaba cerrado, las ventanas tenían protecciones así que nada pudo meterse o salir por ese lado.

Regrese por mi hijo y lo cargué para sentirme más segura, espere hasta que la abuela regresó y le conté lo sucedido. Ella se asombró que no tuviera miedo y la osadía por haberlo corrido con insultos. Yo sabía de esas historias de aparecidos en la casa de la abuela; pero jamás pensé que fuera a ver algo. Pudo más mi amor de madre que el miedo. Luego de discutir sobre la aparición llegamos a la conclusión de que aquello no quería espantarme, se apareció por un motivo y ese era el niño. Sin ahondar más nos retiramos a dormir y pasaron unos días sin novedad, ya no me quedaba mucho en la casa, prefería salirme para no quedarme sola con el niño en caso de que la abuela no estuviera. Toda esa relativa tranquilidad cambió una mañana que levanté para hacer el desayuno, después de ir al baño regresé para revisar al niño y vi algo extraño en él: en los pequeños dedos de sus manos tenía una especie de pintura o tizne, todas las uñas y yemas estaban manchadas con eso, era algo de color negro que no supe identificar. Enseguida de ver esto le grite a mi abuela que andaba en el patio alimentando a las aves. Entro a la casa con el rostro preocupado y me vio preguntándome que sucedía.

Le mostré entonces los dedos del niño y ella abriendo los ojos hizo un gesto de asombro y miedo. Con mucha frialdad me dijo algo que jamás olvidaría:

“Una bruja anda rondando a tu niño, debemos tener mucho cuidado…”

Eso me dejó con un temor y una incertidumbre de que por las noches alguna de esas malditas apariciones quisiera dañar a mi niño. Me dormía ya tarde intentando estar alerta en todo momento; pero el sueño me vencía y despertaba alertada revisando a mi niño siempre. Las cosas extrañas sucedieron noches después. Nuestra cama estaba junto a una ventana y fuera había un gran patio con muchos árboles de mango y ceibas de ramas tupidas de hojas. Eso hacía que la casa fuera aún más obscura durante la tarde ya que a pesar de hacer sombra no dejaban pasar la luz. En la noche esa extraña obscuridad nos invadía y me dormía abrazando al niño, alerta siempre. Sin embargo había noches en que un sueño muy pesado me hacía perder la conciencia, hasta que amanecía. Lo aterrador para mí era encontrar al niño junto a la ventana; no hubiera sido raro, puesto que él se movía mucho durante las noches, si no la posición. Sus piernas salidas por la ventana como si alguien intentara jalarlo y sacarlo por ahí, las marcas en los tobillos me indicaban que en efecto algo deseaba robárselo.

Eso fue todo para mí. Hice todo lo que sabía o estaba a mi alcance para poder ahuyentar a aquello que nos estaba acosando a mí y a mi niño. Oraciones, cambiar la cama, poner ajos y tijeras en forma de cruz debajo de la cama sirvieron para atenuar las cosas que sucedían. Me sentía observada todo el tiempo y esa sensación extraña de pérdida me perseguía. Tuve que irme de casa de mi abuela, presentía que si seguía ahí aquello que intentaba robarse a mi hijo finalmente lo lograría tarde o temprano.

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