EL DUEÑO Relato basado en hechos reales

EL DUEÑO
Relato basado en hechos reales, contado por Laura Díaz.
Escrito y Adaptado por Eduardo Liñán

Hace unos 4 años, mi familia y yo nos mudamos a una casa en Altamira, Tamaulipas, México. Mi esposo la había adquirido por barata, ya que estaba aún en obra negra y se dedicó durante un tiempo a terminar de acondicionarla para poder mudarnos. Sin embargo desde que comenzamos a ir a la propiedad empecé a sentir que algo no andaba bien. Me sentía agobiada por algo que no sabía explicar y en todo momento que estuve ahí, una opresión en mi pecho se hacía presente, tanto que me llegó a lastimar, era una angustia terrible; pero no sabía por qué. No importaba la hora, casi siempre se sentía una energía tan negativa en el lugar que sentía temor de estar sola en ese terreno.


Cuando mi esposo por fin terminó con los trabajos y la casa estuvo habitable, muy a mi pesar tuve que mudarme junto con mis dos niñas, un bebe de un año y mi esposo. En esa época él tuvo que viajar seguido por su trabajo así que la mudanza quedó a mi cargo. La casa era amplia, de dos niveles con cuartos para mis niños y para mí. La tarea de desempacar se tornó tediosa al principio y conforme avanzaba el tiempo, esa peculiar angustia no me dejaba tranquila. Mis hijas tomaron las habitaciones de arriba y yo me quedé en un cuarto pequeño cercano a la cocina para poder preparar las mamilas de mi bebé aun lactante.

Los primeros días todo transcurrió con relativa calma. Nos fuimos acostumbrando a la inusual tranquilidad que ofrecía una casa nueva; pero una noche comenzó lo extraño. Veíamos la televisión en la sala de la casa y estábamos absortas mis niñas y yo, en tanto le daba de comer al bebé y de pronto escuchamos unos ruiditos que venían de la cocina. Volteamos todas al mismo tiempo para identificar el sonido electrónico que se escuchaba y enseguida supimos que un detector de movimiento que había puesto en el refrigerador para escucharlo en caso de que el bebé anduviera por ahí. El sensor de movimiento decía: “Hola…” cuando algo se acercaba; pero parecía que el aparato estaba descompuesto ya que repetía una y otra vez la palabra “hola…” Aquello terminó por fastidiarme y me paré a quitarle las pilas al aparato. Al hacerlo lo puse sobre la mesa y me regresé a ver la televisión. Las niñas se preocuparon un poco por ese detalle y solo les pude decir que habían sido quizá las moscas las que activaron el sensor, aunque yo me preocupé y más al notar que antes de salir de la cocina el aparato sonó una vez más diciendo: “hola…”

Fueron noches muy pesadas para mí, el bebé comenzó a despertarse por la madrugada entre 2:30 y 3:00 am. Algo le espantaba el sueño y me llamaba diciendo que quería jugar. Yo sin sueño me levantaba y me ponía a jugar con el hasta que nos dormíamos; pero esa maldita sensación de que algo estaba con nosotros no me dejaba dormir bien. Ese estrés hacía que no me pudiera dormir y el niño tampoco. Así que nos desvelábamos viendo televisión hasta las 6 am, momento en que me paraba para atender a las niñas y que se fueran a la escuela. Así estuve como por tres semanas sin hallarle una explicación, todas las noches era la misma rutina. Hasta una madrugada que veía la televisión en la sala, estaba tumbada en el mueble, hipnotizada por el brillo de la pantalla, con el control cambiaba de canal una y otra vez sin ver nada y mis ojos me pesaban mucho; pero no podía dormir. Tenía un pie en el portabebé meciendo a mi niño y el otro metido en una vieja sabana, mis brazos estaba muy entumidos y la tensión entre el cuello y hombros era tal que no podía siquiera moverme. Mientas le cambiaba al canal, algo llamó mi atención en el exterior. En la sala había un gran ventanal que daba a un patio trasero en el que mi esposo había levantado un asador de ladrillos y dentro de la chimenea había colocado un foco y este se prendió de la nada y ante mis ojos, luego volvió a apagarse, me concentre en el asador y de nueva cuenta el foco se encendió. Me tensé pensando que quizá alguien se había metido y había encendido el foco, no veía a nadie por la obscuridad; pero no quise saber más, tomé al niño y me dirigí a mi habitación esperando que amaneciera un poco. Serían las 6 de la mañana cuando me volví a asomar y el foco aún estaba encendido, me quedé viendo unos segundos y se apagó.

Esa misma tarde, regresa mi esposo de trabajar y le comento lo del foco, el me mira extrañado y me dice :
–Es imposible mujer, ese foco esta fundido desde hace mucho.

Al ir a revisar, quitó el foco y al enseñármelo en efecto, estaba lleno de hollín y grasa. Además de estar averiado, ya que lo puso en un socket y este no prendió. No supe que más decir, lo atribuí al cansancio extremo que tenía y no quise pensar más en el incidente del foco. Llegó la noche y con ella de nuevo la sensación de ansiedad y estrés que poco a poco comenzaba a desquiciarme. El niño de nueva cuenta se despierta a las 3 am y yo arrastrando los pies lo cargo y lo llevo a la sala para encender de nuevo la televisión, en tanto lo mecía en el portabebés. El cambiar los canales a la televisión me produjo un letargo muy profundo y a pesar de tener mis ojos abiertos, mi mente estaba bloqueada. Escuchaba los ruidos de la noche en el exterior y los rechinidos del abanico de cielo que tenía en la sala y cuyas aspas no daban una sola brisa. Apenas iba entrándome el sueño y el niño seguía hipnotizado por las caricaturas. Cuando escucho un ruido de algo romperse en pedazos y luego el llanto del bebé asustado. Al encender mi mente lo primero que veo es el abanico de cielo en el piso entre la tele y nosotros. Se había caído y hecho pedazos, yo estaba atónita y el temor me entró. Intentaba calmar al niño y la desesperación hizo que me saliera de la casa para poder tomar un poco de aire. Todo aquello estaba quebrando mi espíritu lentamente, llevando mi mente a límites insospechados en los que me hundí si saber que era toda aquella locura silenciosa que estaba pasando. No sé cuánto tiempo estuve ahí intentando calmarme; pero llego el alba y con ella la hora de la escuela.

Mientras preparaba el desayuno mi hija Paola y el bebé comían cereal, mientras Natalia la mayor termina de peinarse y se queda viendo a su hermana con sorpresa.

–¿Qué pasa? –Preguntó Pao con rostro extrañado.

–Es… que…te acabo de ver arriba, saliste del baño y te metiste a tu cuarto a vestirte, te dije que era tarde y te quedaste parada sin decir nada viendo a la ropa. –Mencionó Natalia
Todas nos miramos con rostro de angustia e intuimos que algo no andaba bien. Le dije a mi hija que su hermana tenía rato ahí desayunando y ella sin comprender que sucedía sintió temor y me abrazo algo tensa. Les dije que ya no durmieran arriba un tiempo; ellas no querían dormirse conmigo, así que quedamos en que dormirían en la sala en tanto resolvíamos esa situación que ya empezaba a tener tintes sobrenaturales. La tensión iba en aumento cada madrugada. Durante varios días me despertaba a la misma hora, a pesar de dormir tarde, siempre a la misma hora: 3 am. Me levantaba a revisar a las niñas y todo estaba en orden, sin embargo me molestaban los ruidos que de pronto se escuchaban, eran crujir de paredes, rasguños y otras cosas que no podía identificar, hasta que comencé a escuchar los llantos; eran llantos que se podían escuchar por lo bajo, quedamente entre la obscuridad y por el exterior en algún punto de la casa. Sin saber de donde provenían veía al techo escuchando aquellos extraños ruidos hasta que amanecía y por la mañana les preguntaba a las niñas quien era la que lloraba, ellas se veían entre si y me dijeron que pensaban que era yo y que ellas no eran. Nos sentimos temerosas y acordamos que dormiríamos juntas en la habitación a partir de esa noche.

En este punto ya me había acostumbrado a despertarme de madrugada. Pero en esa ocasión los ruidos y las sensaciones aumentaron, tanto que Pao, se despierta antes que yo y me dice hablando bajito: “mamá… escuchas eso…”

Puse atención y después de un rato escuché los ruidos, eran los llantos de niña; pero además de eso fueron unos pasos en el patio, algo movía la gravilla, iba y venía con pasos lentos de un lado a otro y luego se detenían en tanto la niña lloraba. Así estuvimos como por unos seis meses, viviendo en la zozobra. A pesar de decirle a mi esposo no quería moverse de ahí, pues no teníamos a donde irnos. Las únicas veces que descansábamos de ese infierno eran los fines de semana que regresábamos a nuestro antiguo barrio en casa de mi hermana. Pero durante la semana teníamos que permanecer ahí.

Fue durante un fin de semana y antes de irnos a casa de mi hermana, que preparaba las cosas del bebé y en eso veo a mi hija Pao bajando las escaleras, pálida, llorando y temblando, yo angustiada le pregunto qué le
había pasado y ella con una voz entrecortada me dice:

–Es cierto lo que dice Nat, en la casa hay una niña, cuando estaba guardando mi ropa vi su reflejo en el cristal de la ventana. Estaba asomada por el marco de la puerta y esta descarnada. No tiene ojos, en cambio tiene un par de cuencas vacías y la sonrisa de la muerte en vez de labios, me dio mucho miedo, me paralice de miedo. Estuvo mucho rato ahí hasta que dejo de asomarse y atravesó el pasillo como si nada.
Mi esposo estaba ahí y yo sentí que el piso se me abría bajo mis pies. Abrace a la niña y salimos casi corriendo de la casa. Sin desear volver. Muchas veces sentía la presencia de esa supuesta niña, en las noches sobre todo a cierta hora de la madrugada podía escuchar el llanto y el acoso de que éramos objeto las niñas y yo. A veces se despertaban porque les jalaban el pelo, los gemiditos de pronto dejaron de escucharse pero esta vez podía escuchar que decían “hola, hola, hola…” con la voz electrónica de aquel sensor de movimiento que teníamos de principio y que se había perdido. Las voces iban y venían. Hastiada de todo eso, una noche simplemente me pare y Salí histérica a decir insultos a diestra y siniestra para que aquello dejara de molestarnos. Los rezos nunca salieron de mis labios, no los recordaba. Al año de estar viviendo en ese infierno, tuve una pelea con mi esposo y aproveché para salirme de la casa. Me fui con mi hermana ahí duré unos seis meses, en este tiempo nuestros cuerpos y mentes descansaron de todo el acoso que vivimos, dormíamos plácidamente cada noche.

Sin embargo mi esposo nos buscó y tuvimos una reconciliación; pero como condición le pedí que le pusiera remedio a lo que rondaba o espantaba en la casa y así lo hizo; nosotros profesamos la religión cristiana y contactamos una pastora de mucha experiencia, que sabíamos hacia liberaciones con personas y casas. Al llegar ella comenzó a hacer oración dentro y después salió al patio en donde empezó a gritarle a algo para que se alejara de forma enérgica pedía a lo que estuviera ahí que se alejara en nombre de Cristo. Después comenzó a subir a los cuartos y ahí de la misma forma comenzó a reprender fuertemente a la presencia. En este punto las cosas comenzaron a ponerse intensas, yo tenía los nervios a flor de piel, la mujer cuando recitaba algunos pasajes de la biblia podía notar como las ventanas retumbaban y ese calor extraño y seco que se sentía en la casa comenzó a hacerse más intenso, sofocante y pesado. Algo no estaba contento con las palabras en nombre de Dios de la pastora, yo comencé a sentirme muy enferma y cuando lo notó bajamos a la sala y me dijo que debíamos ungir la casa para liberarla de lo que había ahí. No puso un aceite en las manos a mi esposo y a mí para que lo regáramos por toda la casa y apenas unas gotas me tocaron mis manos comenzaron a entumirse y mis dedos se engarrotaron, tenía un miedo tan terrible que no quise hacer nada, no sé cómo pude levantarme de mi asiento y empecé a regar el aceite por la planta baja en tanto mi esposo subió e hizo lo mismo. Luego de orar la pastora nos dijo algo en tono muy serio. Lo que habitaba la casa era una clase de demonio o ser obscuro que se presentaba en forma de niña; pero que el reflejo de la maldad que emanaba la hacía ver así, descarnada y violenta a la vista, no era producto de una brujería ni “santas muertes” enterradas como pensaba que era. Era algo viejo, algo antiguo que ya estaba ahí desde antes de que construyeran y que no se iría, Ella hizo lo que pudo; pero debíamos volver para no dejar la casa sola. Aún está sola, mi hija Pao no quiere volver a ese infierno teme volver a ver a la presencia descarnada o a escuchar esos ruidos extraños durante la madrugada, no sé qué pasará; pero tenemos que volver. No tenemos más a donde ir, y la casa nos aguarda.

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