APARICIONES basado en experiencias reales

APARICIONES (#409 – 01/08/2017)
Relato basado en experiencias reales de Edgar Ortega
Escrito y adaptado por Eduardo Liñán.

Hace algún tiempo entre a trabajar como cirujano en el Hospital Central de la Cruz Roja Mexicana en Polanco en la Ciudad de México. Como era recién egresado de la carrera de medicina, se me dio la oportunidad de “hacer tablas” dentro de la institución y aunque la paga era muy poca, era una buena oportunidad para aprender y adquirir experiencia. Como era la costumbre con el personal de nuevo ingreso de inmediato me mandaron al turno al área de quirófano y como el personal con el que trabajaba la institución era mínimo también me tocó apoyar al personal de la Central de Equipos y Esterilización (CEYE).


Lugar en el que se procesaba el instrumental quirúrgico y de curaciones para su esterilización. Las primeras noches de guardia fueron extenuantes para mí a pesar de no tener muchas intervenciones, dormía un par de horas a veces y después de una cirugía extenuante. Como los turnos eran bastante largos y en ocasiones si teníamos mucho trabajo los compañeros y yo, dormíamos debajo de las mesas para el instrumental o en los pequeños cuartos donde almacenábamos los insumos médicos. Eran unas 3 horas durante la madrugada, a veces menos las que podíamos dormir. Lo anterior sucedió en una época en que el hospital estuvo recibiendo heridos de gravedad por accidentes o avezados suicidas que se arrojaban a las vías del metro y no conseguían su objetivo. Muchas veces eran cirugías mayores o de reconstrucción dada la gravedad de las heridas y esas intervenciones nos dejaban agotadísimos y más cuando era una tras otra.

Fue en una de esas ocasiones en que termínanos una cirugía de madrugada, el reloj marcaba las 3:03 de la mañana y nos apurábamos para procesar el instrumental utilizado para su esterilización y poder dormir un poco en tanto llegaba otro paciente de gravedad. Luego de terminar nuestra labor; el medico de turno, una enfermera y yo nos acomodamos bajo unas mesas de inoxidable de la sala de médicos para dormir y apenas había puesto la cabeza en unas sábanas, cuando el silencio de la sala fue interrumpido por el grito de una mujer que hizo eco en la habitación.

“Va a pasar una laparotomía exploradora…”

Todos nos paramos inmediatamente para prepararnos y recibir la solicitud de la sala de los anestesiólogos que eran los primeros en llegar y coordinar los tiempos de intervención; pero al salir de la sala no había nadie en los pasillos y tampoco en el área de urgencias. Me dirigí entonces donde se reunían los anestesiólogos y les pregunte sobre el aviso. Ellos con mirada extrañada y pensando que quizás había alucinado me dijeron que no habría tal, que no había llegado nadie con esa urgencia.

Me regresé a dormir junto con mis compañeros, pensando que todo era una broma, o alguien nos quería fastidiar, no pensamos más y nuevamente apagamos la luz para dormir; pero de nueva cuenta el grito femenino avisándonos, ahora pareció haber venido del interior de la sala de cirugía. Por lo que un compañero se metió a la sala para prepararla en tanto me despertaba para que lo apoyara en instrumentar la intervención. Nos dirigimos entonces a prepararnos en los vestidores y extrañamente no había nadie, las luces apagadas y ni señales que alguien hubiera estado ahí. Al terminar de prepáranos nos fuimos a buscar a los anestesiólogos que al vernos se sorprendieron por estar vestidos para cirugía y de nueva cuenta nos confirmaron que no habría, Eso colmó mi límite de paciencia y proferí algunos insultos al aire. Molesto me regresé no sin antes pensar en quien había pedido la sala.

Me dispuse de nuevo a dormir con la ropa puesta, dejamos todo el instrumental listo en la sala. No habíamos apagado las luces cuando nos avisan que entraría una cirugía, sin creerlo mucho me paré pesadamente esperando que no fuera una broma y en efecto, el paciente ya estaba en el transfer del quirófano, venia grave. Lo habían asaltado y le propinaron varias puñaladas dañando el hígado y el bazo, provocándole sangrado interno, por lo que le transfundieron varios paquetes de sangre y suero.

Luego de varias horas de cirugía, al término el cirujano encargado se sentó y nos dijo que la persona fue afortunada de que tuviéramos todo listo para intervención, nos felicitó ya que de no hacerlo el paciente hubiera muerto. Nosotros pensábamos quien en realidad nos había avisado, todo fue muy extraño. Mientras mi compañero limpiaba al paciente de la sangre del resto de su cuerpo, se dio cuenta que tenía un tatuaje de la muerte en todo el brazo derecho, al verlo parecía notarse como ese cráneo dibujado te miraba con el par de cuencas vacías, era inquietante.
Pasaron un par de días después, el paciente de la intervención estuvo en terapia intensiva; pero no lo logró su cuerpo colapsó y finalmente murió. Es no hubiera sido extraño, muchos pacientes morían a diario por causa de las heridas. Lo siniestro empezó luego de que trasladaran el cuerpo y lo entregaran a sus familiares.

Varios compañeros empezaron a externar que el ambiente en el área de cirugía se comenzó a enrarecer, en muchas ocasiones veían sombras que iban y venían por los pasillos o se metían a la sala de cirugía en donde veían las puertas de vaivén moverse solas, las cosas como el instrumental médico se caía haciendo su ruido metálico en el piso sin que nadie lo tocara y eran constantes sobresaltos y espantos los que sufrían las enfermeras y médicos del área, incluso se pensó en bendecir la sala, cosa que era imposible o descabellado hacerlo. Pero el temor y la ansiedad se apoderó de muchas personas por lo que podían experimentar o sentir a partir de la muerte de ese paciente.

Al principio yo era escéptico al respecto, había escuchado muchas leyendas y cuentos sobre hospitales y nunca las creí hasta una noche que me quedé dormido sobre una mesa de trabajo en la sala de cirugía. Recuerdo que el clima enfriaba de una manera tal, que comenzó a calarme y me tapé con una manta térmica que había ahí para los pacientes. Mientras intentaba dormir, debido al cansancio que tenía no podía hacerlo, dormitaba en tanto escuchaba el siseo de los climas funcionar y el aire frio me incomodaba. En cierto momento escuché como las puertas de vaivén del recinto se abrían y cerraban y al mirar no había nadie ahí, pensando que quizá había sido algún compañero decidí acomodar la cabeza y mientras entraba en sueño profundo siento como algo tomó mi cabeza y la hacia atrás en un rápido movimiento como para ponerme una sonda respiratoria. Alertado de sentir eso me desperté y casi brinqué de la mesa para encender las luces. No había nadie, ni siquiera en el pasillo afuera de la sala; pero estaba seguro que había sentido esos dedos fríos sobre mi rostro y cabeza intentando someterme para meter en mi boca la sonda. No lo imaginé, todo lo sentí real y mi temor hizo que me retirara de ahí a donde hubiera gente. No deseaba quedarme solo.

Lo siguiente que me enteré fue de una compañera de confianza que estaba muy preocupada por un paciente post operado al que estuvo atendiendo, era estable y le estaba aplicando unos cuidados rutinarios para monitorearlo. En cierto momento una extraña sensación de tener a alguien a un lado la invadió. Su piel se erizó al sentir algo extraño que parecía estar respirando en su nuca con un aire frío que la inquietó, sin tomarle importancia siguió con lo suyo y el paciente abrió la boca al tiempo que entró en un paro respiratorio, desafortunadamente murió. Lo extraño es que nada indicaba la causa de su muerte todo estaba bien hasta el punto en que la enfermera sintió esa presencia en el cuarto. El rigor mortis de ese paciente lo dejó con la boca abierta de una manera siniestra, la cual no se le pudo cerrar para poder amortajarlo. Sin respuestas, el paciente fue puesto en la morgue para su posterior inhumación.

Con el tiempo me salí de la Cruz Roja y empecé a trabajar en otros hospitales, sin que me sucedieran cosas desagradables; pero si pude escuchar rumores e historias en los pasillos de los nosocomios, como la planchada o de ánimas errantes que no se querían ir de este plano o quizás no se habían dado cuenta que habían muerto. Tal situación la supe en el hospital en el que actualmente trabajo en el Estado de México. Recién había llegado conocí a una señora que era intendente, muy amable y trabajadora con un “don” para la gente muy notable. En el hospital todo mundo la conocía y tenía una relación cordial con ella. Cierto día la señora enfermó repentinamente y durante la guardia tuvo una crisis que la hizo vomitar sangre en el pasillo y derrumbarse por la enfermedad, los médicos decidieron internarla en urgencias para valorarla y tenerla en observación; pero se le dio de alta a las horas siguientes, se fue a su casa donde finalmente murió. Pero al paso de los días los compañeros comenzaron a manifestar que de tanto en tanto podía ver sombras cerca de los contenedores de basura en donde ella tenía sus cosas de limpieza. Algunos deducían que ella seguía ahí, cumpliendo con su labor aun después de muerta. La verdad es que su presencia de pronto se podía observar en los obscuros pasillos del nosocomio y aun puede sentirse.

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