LA MOCHA - Leyenda Real

LA MOCHA (# 417 – 18/08/2017)
Relato basado en una leyenda local, contado por Erika Jiménez Salgado
Escrito y Adaptado por Eduardo Linán

1930. Iguala de la Independencia, Guerrero. A la creciente ciudad de Iguala llegó en ese entonces un joven maestro el cual tenía la encomienda de enseñar a varios niños de una comunidad a las afueras de Iguala, muy cerca de la laguna de Tuxpan, en ese entonces las escuelas eran solamente de varones y de grados mixtos por lo que en un solo salón se congregaban decenas de niños de diferentes grados a los cuales este maestro llamado Francisco Salas, enseñaba cada día con ahínco y paciencia, con el paso del tiempo pasaron cientos de niños por el aula mayor de la escuela y de la misma forma fue creciendo hasta que hubo varias aulas en donde tomaban clases niños indígenas e hijos de los jornaleros que vivían en las cercanías de los cerros y la laguna. La ciudad de Iguala y sus alrededores se amplió y con ello comenzaron a llegar gentes de muchas partes de Guerrero entre ellos una mujer que llegó a vivir al pueblo donde Francisco daba sus clases. Crescencia era su nombre y de su apellido poco se sabe.


Crescencia tenía el oficio de curandera y hierbera, algunas personas la visitaban con el fin de hacerse limpias y curaciones esotéricas; pero otras conocían la verdadera identidad de la señora; pero callaban por temor de que pudieran padecer algún maleficio que “Chencha” les lanzara. Esta mujer comúnmente visitaba la escuela, sus motivos no eran muy claros; Algunos decían que merodeaba la escuela espiando a los niños, ofreciéndoles dulces y pastes para ganar su amistad y confianza, eso alertó a algunas personas, de la misma forma lo dejaban pasar por el temor, aunque permanecían vigilantes del comportamiento de la mujer. Con el tiempo se hizo de amistad con Francisco el maestro, el cual comenzó a cortejarla, ya que a pesar de todo lo que rumoraba de ella, era muy bonita para la edad que supuestamente tenia y que se decía era mayor que el maestro, cosa que a él no le importó al grado y después de algún tiempo le propuso matrimonio, ante los ojos y las mentes incrédulas de muchos pobladores que le advirtieron al maestro sobre la honorabilidad de esta mujer. Nada impidió que se casara y se le llevara a vivir a su casa que estaba por un lado de la escuela.

Al principio el matrimonio fue como todos los tradicionales, la mujer atendía a su marido y este salía a trabajar casi todo el día para cubrir dos turnos en las aulas. Para llegar finalmente en las noches agotado, cenar, tomarse un té de hierbas que lo hacía dormir plácidamente todas las noches y despertar descansado hasta el día siguiente. Esa era la rutina de la pareja. Entonces y sin que nadie lo notara comenzaron a acontecer algunos sucesos extraños en el pueblo. Muchas personas afirmaban escuchar por las madrugadas el revolotear de unas alas enormes surcar los cielos nocturnos y al mirar o querer descubrir el ave que producía el sonido nunca pudieron observar nada. Poco a poco una época del terror comenzó a azotar al pueblo. Mucha gente decía haber visto una gran ave merodear por las casas en donde había niños y personas enfermas. Las calamidades empezaron también a atormentar a los pobladores y una racha de mala suerte agobio a todos por igual. Aunque nunca desapareció nadie, si comenzaron a enfermarse de males extraños y poco conocidos, que solo la curandera podía sanar.

Hartos de vivir con miedo y con la incertidumbre de ser acechados por algo, los pobladores comenzaron a vigilar los cielos, parcelas y casas, sin descubrir nada importante. Hasta que una noche un viejo velador por casualidad descubrió una escalofriante verdad que involucraba al maestro y su esposa. Sería la mañana de un viernes que el viejo tocó la puerta de la casa del maestro Francisco y este le abrió preguntándole que se le ofrecía. El humilde velador le pidió que lo invitara a pasar y le contaría algo que quizá no le gustaría escuchar; pero que era necesario decírselo. Extrañado, Francisco le permitió entrar y le sirvió un jarro de café, el cual hervía en una olla de barro y lo había dejado previamente su esposa antes de salir al mercado por unas hierbas, situación que aprovechó el anciano para acercarse al maestro.

Le contó que la noche previa hacia un rondín por unas calles polvosas de un barrio de indígenas nahuas y que vio algo que le pareció extraño, el conocía los usos y costumbres de los nahuas y vio una humareda que salía de uno de los patios de una vecindad abandonada, al acercarse y en medio de la obscuridad vio que en el interior parecía haber una alumbrada que despedía ese humo y al entrar vio a su mujer haciendo alguna clase de hechicería con hierbas y cosas indecibles, como guajolotes muertos y tripas de los mismos animales, con las que se untaba sangre e inmundicia en el cuerpo desnudo. De alguna forma aquella humareda envolvió a la mujer y luego de un rato un revolotear de alas despejo aquel humo y dejo entrever a un enorme guajolote con una asquerosa cabeza y un cuello de color blanco azulado cubiertos de pliegues y verrugas de color rojo y un par de apéndices que salían de un pico amarillento y daban la impresión de moverse a voluntad. El miedo invadió al viejo velador y salió corriendo de aquel lugar para refugiarse en su casa donde cerró puertas y ventanas por temor a que aquel animal lo hubiera seguido, al rayar el alba lo primero que hizo fue correr a contarle al maestro.

Francisco no dio crédito a las palabras del viejo y se paró molesto de su silla en tanto corría al hombre de su casa, gritándole que no volviera más. Sin embargo esa idea de que su mujer quizá estuviera haciendo cosas extrañas sin que él se enterara lo asaltó todo el día mientras daba sus clases. Había algo en lo que el viejo tenía razón y era que los niños, sus alumnos comenzaron a enfermar de fiebres y diarreas desde que Crescencia había llegado al pueblo y algunos de ellos estaban tan desnutridos que dejaron de asistir a las clases. Sobre todo los niños de primer grado. De la misma forma las personas se quejaban de enfermedades desconocidas que los hacían dormir toda la noche y despertar cansados y sin energía. Al pensar esto último, Francisco tuvo una revelación: El té que le daba su esposa todas la noches y lo hacía dormir “como tronco”. En ese momento sintió náuseas y pesar de que las palabras del velador resultaran ciertas y planeó espiar a su esposa, esa misma noche.

Al llegar a su casa, continuó con la misma rutina para que no sospechara, luego de la cena; la señora le ofreció el té de hierbas con el que comúnmente agarraba el sueño y apenas lo probaba y acomodaba la cabeza en la almohada, caía en un sueño profundo. Así que sin que se diera cuenta, el maestro tiró el contenido del jarro en una macetita que había al centro de la mesa e hizo como que tenía sueño y se fue a acostar, pero todo el tiempo estuvo alerta en lo que hacía su esposa. Seria de madrugada cuando sintió que se levantaba de la cama y salía a hurtadillas por la puerta hacia el pasillo y luego de la misma forma con sigilo abrió la reja que daba al patio. Francisco presuroso se levantó para seguirla y caminó algunos metros en el gran solar de la casa, al fondo en una arbolada y casi oculta se paró viendo al cielo y extendiendo los brazos, después de mucho rato, comenzó a juntar unas piedras redondas para hacer un círculo y encender unos leños para una fogata. Mientras se avivaba el fuego la señora tomo un par de guajolotes y los sacrificó. Después se despojó de su ropa y comenzó a untarse la sangre de uno de ellos, al terminar este repugnante acto, arranco las piernas de la otra ave y las acomodó en una piedra grande, luego continuo con un extraño ritual en lenguas desconocidas y prácticas de hechicería, ante la mirada atónita de Francisco que no podía creer lo que sus ojos veían. Se sintió engañado y triste por haber descubierto que su mujer era una bruja. Su mente aun trataba de darle un explicación y justificar esas acciones, después de todo solo eran cosas raras pero no estaba dañando a nadie, apenas iba a regresar a su casa cuando su mujer empezó a revolcarse en el piso víctima de intensos dolores y antes de que el maestro reaccionara, un grito lanzado por su mujer inundó la noche y los alrededores, ante la mirada de horror y pánico del maestro vio que Crescencia se despojaba de ambas piernas, arrancándoselas con violencia y en medio de gritos de dolor se quedó sin extremidades a la altura de la cadera, contrario a lo que pudiera pensar el maestro, no sangró ni un momento y en cambio, tomó las patas que había cortado del guajolote y las enterró en la carne donde habían estado sus piernas, y la transformación comenzó.

Un vientecillo comenzó a mover las ramas de los árboles y el fuego comenzó a cobrar más fuerza y se levantó para luego apagarse y hacer una humareda que inundó todo el lugar nublando la vista de Francisco, era sofocante y le comenzaron a llorar los ojos de tan intensa humareda, se cubrió como pudo la boca y la nariz para no respirar aquellos humos y apenas podía distinguir a unos metros de él. Poco a poco el humo comenzó a disiparse y cuando lo hizo. El maestro sintió un escalofrío de muerte al ver que su mujer ya no estaba, en cambio una enorme ave con apariencia de guajolote estaba parada junto a los restos de la fogata. El ave comenzó a aletear para tomar el vuelo y así lo hizo, en medio de ensordecedores aleteos y graznidos voló unos metros hacia arriba y se fue al ras de las copas de los arboles perdiéndose de vista en la obscuridad de la noche.

El maestro permaneció atento y luego de ver el siniestro espectáculo se tiró a la tierra y comenzó a llorar su desventura y el haberse enterado que su mujer en realidad era una maldita bruja que hacia el mal y dañaba a sus queridos alumnos y sus padres y quizá hasta peores cosas hacia sin saber. Le dolía el haber estado engañado por años y haber sido utilizado para que Crescencia se acercara a los infantes. Esa era la cruel verdad. Lentamente se incorporó para ver si su mujer estaba ahí o que había pasado y con estremecimiento vio que no quedaban más que pedazos de piel, la fogata apenas encendida y el par de piernas acomodadas en una roca boluda que se calentaba con el calor resultante de la alumbrada para que no se enfriaran. Luego de estar pasmado viendo todos esos despojos, la decepción y la ira se anidaron en su corazón y sin pensar tomó las piernas y todos los restos que había regados y los echó al fuego que se avivó de una manera extraña quemando todo. Iluminado por la lumbre el rostro del maestro Francisco se iluminó de forma siniestra y sonrió con una leve mueca de triunfo. Al ver que todo se consumía se dio la media vuelta y se metió a su casa, sentándose a beber un vaso de Brandy para esperar a que regresara su mujer.

Llegó el alba y Francisco permanecía dormido acomodado sobre sus brazos en una mesa y poco a poco despertó dándose cuenta de la hora y que su mujer no había llegado, un tanto preocupado se paró y se dirigió al lugar de la noche anterior, al abrir la puerta no pudo evitar dar un grito de horror y cayendo sobre sus espaldas miró con pánico que su mujer estaba al pie de la puerta intentando entrar. Estaba desnuda, llena de ceniza y sudor y no tenía ambas piernas. La parte de su cuerpo donde alguna vez estuvieron sus extremidades había un par de huecos cubierto con apenas una delgada capa de piel por donde se reflejaba la carne y el hueso. Aquello era incomprensible para el maestro que no daba crédito a lo que veía sus ojos. La bruja al regresar por la madrugada vería con desesperación que no estaban sus cálidas piernas en la roca para colocárselas de nuevo y le ganó la mañana, su cuerpo al no tener las extremidades se quedó así, lisiado para siempre. Ese fue el castigo que sin planearlo, el maestro Francisco le impuso a su mujer por ser una bruja ruin y malvada. A pesar de todo el hombre seguía amándola y ayudó en lo que pudo a su mujer, la cual estuvo condenada a estar atada en una silla de ruedas de madera por el resto de sus días. La gente del pueblo al ver y saber sobre la discapacidad de la mujer intuyeron que había recibido su justo castigo, luego de saberse su cruel y merecido destino la gente la bautizó como “Chencha la Mocha” y este relato es cierto ya que ella vivía en la misma calle que yo y todos en esa época supieron su historia, que llegó a ser una leyenda. De su destino poco se sabe ya que con el tiempo se dejó de ver en el pueblo y los alrededores. El maestro Francisco continuó con su noble labor de la enseñanza y nadie le pregunto más por Chencha la Mocha.

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