EL CADAVER - Relatos de miedo Reales

RELATOS POST MORTEM #2
EL CADAVER (#396 – 10/07/2017)
Relato basado en experiencias reales de Saúl Romero (Médico y Lic. En Ciencias Forenses)
Escrito y Adaptado por Eduardo Liñan

La primera vez que entré en un anfiteatro, fue cuando tendría unos 15 años. Mi padre era el médico forense encargado de realizar las prácticas para determinar la causas de la muerte de una persona, tenía muchos ayudantes y practicantes que lo auxiliaban en esta labor. Yo me había interesado en seguir los pasos de mi papá ya que el trabajar con muertos e investigar en sus cuerpos en aras de descubrir quiénes habían sido y de qué manera habían muerto me parecía fascinante.


De tal suerte que me metí a estudiar Medicina en la UNAM y gracias a la facilidad que mi padre trabajara en ese ambiente no tuve problemas en realizar prácticas y observar de cerca los procesos, desde el levantamiento hasta las necropsias. Durante el tiempo que lo acompañé nunca vi nada extraño que no fueran las causas de muerte de las personas. Siempre escuchaba a los médicos en la escuela platicar acerca de hechos extraños e increíbles sobre algunas muertes y otros contaban historias tenebrosas acerca de fantasmas y muertos que de pronto mostraban una vida llena de maldad. Para mí solo eran historias para asustar… hasta que me tocó a mí ver un caso por demás extraño.

Ya había casi terminado la carrera y asistía a las prácticas forenses como observador. En ese entonces la sala de necropsia y la morgue donde laboraba mi papá, eran muy antiguas y con pocos recursos. Al estar en un edificio viejo , la humedad y el olor a formaldehido te inundaban la nariz, era quemante y nauseabundo al principio; pero con el tiempo te acostumbrabas a ese olor, aunque de pronto se percibiera un sutil aroma a putrefacción proveniente de los cadáveres que se almacenaban en la morgue.

Había dos estaciones de trabajo muy viejas, las mesas donde depositabas los cadáveres para disección eran de concreto forradas con azulejo, las juntas ennegrecidas indicaban que muchas personas muertas habían “descansado” ahí. Aunque todo era muy austero mi padre me decía que era lo mejor para aprender. Quizá a mí me tocaría una sala moderna; pero en tanto eso sucedía había que trabajar con lo que se tenía. Había otra sala que no conocía paralela a esa y que utilizaban para las necropsias de alto riesgo o cadáveres en estado de putrefacción avanzada. Nunca me tocó ver una hasta una tarde que regresaba de la facultad y como era costumbre me dirigí al trabajo de mi padre.

En esa ocasión vi a un médico toxicológico que no conocía, a mi papá y un médico legista que se preparaban poniéndose las calzas. La sala de necropsias riesgosas estaba abierta y la mesa de trabajo dispuesta. De igual forma todo el equipo se veía muy viejo y rudimentario. En la estación que también era de cemento y mosaico blanco estaba lo que parecía ser un cadáver, cubierto con una sábana azul. Lo miraba atento cuando mi papá me dice: “Prepárate vas a ver algo nuevo hoy…”

Así lo hice, me puse la vestimenta y entré en la sala, en ella había un par de gavetas para los cadáveres y una estaba abierta; supongo que había sido ocupada por el cadáver de aquel hombre. Al quitar la sábana una oleada de hedor a muerte me invadió, el aspecto del cadáver era aún más perturbador, se notaba que tenía días de muerto, la piel estaba ennegrecida de pies y manos y en algunas partes se había desprendido por la necrosis; pero el rostro era lo peor, no tenía. Parecía que había sido arrancado con todo y cabello, mostrado una dentadura amarillenta y las cuencas delos ojos vacías, aun se podían ver los restos de los gusanos muertos que otrora se habrían dado un festín con la carne putrefacta.

Mientras el legista le daba una lectura a la averiguación previa, el toxicológico tomaba algunas muestras de esa piel ennegrecida de los dedos. Mi padre preparaba el instrumental para abrir el cadáver y yo comencé a tomar las medidas antropométricas. De primera impresión vi que se trataba de un hombre caucásico de mediana edad; pero me llamaron la atención los tatuajes que se podían observar a través de la piel pardosa y podrida. Eran raros no eran con formas comunes o dibujos. Eran garabatos y nombres raros. Aunque mucho después de esa experiencia me di a la tarea de investigar y supe que era “transitus fluvii” un abecedario para entender los símbolos salomónicos y sellos para demonios. Estaban en pecho, brazos y piernas suponía que en espalda también habría algo interesante; pero yo no podía voltear el cadáver.

El toxicológico terminó de tomar muestras y salió del recinto. El legista comentó que se encontró el cadáver en su casa luego de muchos días, habríamos de determinar cuántos. Las circunstancias extrañas de su muerte no eran determinadas en el reporte, algo extraño. El legista salió de igual forma e iría a pedir el expediente médico del muerto. Luego de eso mi padre comentó que iría al almacén por una mascarilla, así que salió y yo me quedé con el cadáver tomando notas de los detalles que podía ver a simple vista.

El silencio me invadió, no se escuchaba nada solo el leve siseo del aire acondicionado. Estaba concentrado en mis anotaciones cuando el ruido de algo metálico que cayó en la sala contigua me alertó. Dejé la tabla de anotación y salí para ver que se había caído, pensé de primera instancia que había sido uno de los médicos que había regresado. Pero no había nadie, busqué en el piso algún objeto y me di cuenta que una pinza doyen estaba tirada; pero no entendía como es que había llegado al piso, apenas di un paso para ir a recogerla y escuché un lamento a mis espaldas. Mi cuerpo se paralizó por completo al escuchar que una “persona” emitía un quejido escalofriante. Mi mente se bloqueó al igual que mis piernas y una corriente eléctrica me recorrió la de pies a cabeza. Luego otro ruido; era como una especie de ronquido que provenía del cadáver, no quise pensar nada; pero me quedé pasmado.

Al voltear pensé lo peor, mi mente inventó una situación aterradora y el cadáver estaba ahí, tendido sobre la mesa y sin moverse. Sentí algo de alivio; pero de nueva cuenta el muerto dejó salir un quejido, era como un ronquido mezclado con lamento. No supe que pensar me quede sorprendido, imaginé por un momento que el muerto se levantaría y me atacaría o algo peor. Apenas iba a salir corriendo de ahí cuando sentí una mano en mi hombro que me alertó, iba a gritar del susto cuando vi la cara de mi papá riéndose de mí.

–Jajaja no te espantes a veces los muertos tienen gas acumulado en los pulmones y dejan salir el aire por la garganta, es común que hagan esos ruidos. –Me dijo con tono burlón.
Luego de escuchar eso me quedé tranquilo aunque algo inquieto. Mi papa inició con el corte “Y” al abrir la caja torácica una nube de gas putrefacto invadió el lugar y sentí mucho asco, jamás había olido algo igual, era horripilante ese aroma. Empezó a examinar los órganos; y cuando tomó el estómago se quedó estático, sintió algo en el interior, tomo un bisturí y lo abrió sobre una charola quirúrgica. Dentro del órgano había restos de algo como tierra, papel y algo que nos llamó la atención, era una piedra; pero no era cualquiera; parecía pulida, de color negro con símbolos raros tallados en ella. Muy parecidos a los que tenía tatuados en el cuerpo. Suponíamos que lo había tragado y quizá eso le provocó la muerte. Dejamos los objeto como evidencias y seguimos con los pulmones, luego de cortar los huesos de las costillas mi padre quedó sorprendido al ver los órganos, estaban negros; pero no era por fumar o por cáncer. Era algo más raro e increíble, estaban como quemados, machacados. El hombre debió soportar mucho dolor antes de morir y eso me inquietó; que clase de persona había sido para ser torturado y muerto de esa manera.

Siguió adelante y al revisar los pulmones (lo que quedaba de ellos) encontró de nueva cuenta un par de piedras, de la misma forma que la anterior. Todo eso se tornaba cada vez más extraño, no había manera de que llegaran ahí. Apenas iba a revisar la garganta cuando el médico legista entró apresurado y algo nervioso a la sala, se dirigió con mi padre. Dejando el cadáver abierto y con una pinza clamp metida en la boca del muerto, salió a la otra sala para hablar con el legista.

Luego de discutir por algo, se salieron de inmediato y me dejaron solo de nueva cuenta. Quise salir y así lo hice no quería estar ni por un segundo solo con ese cadáver siniestro. Dejé todo y me dirigí a la salida; pero sucedió lo impensable. Hubo una baja de corriente general y las luces parpadearon por unos segundos, los climas dejaron de funcionar y solo se escuchaban los abanicos de los mismos lanzar aire. Luego de un rato las luces recobraron la intensidad y di un paso hacia la salida y nuevamente escuché el ruido gutural proveniente del cadáver. No me causó tanto miedo como la primera vez, hasta que escuché el ruido de algo metálico caer; pero esta vez a mis espaldas. Aquel sonido me hizo estremecer de sobremanera y pensando en todas las posibilidades, mi mente intentó justificar el hecho de que era imposible que la pinza clamp se cayera estando dentro de la boca del cadáver. Sin pensar voltee esperando ver lo peor.

Sentí un golpe de miedo recorrer mi cuerpo y la temperatura dio un bajón de inmediato haciéndome sentir escalofríos; pero no era probable los climas no estaban funcionando. La parálisis que siguió después de una aterradora impresión, solo se comparaba con el hecho de que la cabeza del muerto estaba volteada a su derecha y parecía “verme” con ese par de cuencas vacías y sonriéndome con la sonrisa macabra de su cráneo expuesto.

Eso fue demasiado para mí, no entendía como es que eso volteó y soltó la pinza, era improbable. Un cúmulo de ideas atravesaron mi mente y solo cerré los ojos sintiendo que el piso se abría ante mí al volver a escuchar el quejido ronco proveniente del cuerpo. Entonces mi cordura dio un paso hacia la locura cuando comprendí algo que no había tomado en cuenta. Mi padre había extraído los pulmones ¿Cómo demonios había hecho el ruido?
Estaba al límite de mi entendimiento, esperando un movimiento, cualquiera de ese maldito cadáver para salir corriendo, gritando por mi vida. Pero en eso llegaron varias personas, entre ellos mi papá que venía molesto, los hombres eran agentes del ministerio público; pero además venía con ellos un hombre que no conocía y que había ordenado que se trasladara el cuerpo a otro lugar. Algo fuera de protocolo y ante la mirada furiosa e impaciente de mi padre, los hombres embolsaron todo lo que habíamos sacado y al cuerpo. De inmediato lo sacaron y no supimos más del destino del cadáver o las razones por las que lo sacaron con tanta premura.

Antes de que pudiera decirle a mi padre lo que había sucedido, él me dijo que no le mencionara nada del caso, que limpiara todo y con ello nos retiraríamos por ese día. La atmósfera extraña que envolvía ese cadáver era pesada. El solo pensar en ello me ponía los pelos de punta, incluso hubo días en que soñaba al cuerpo tratando de alcanzarme. Llegue a sentir tanto miedo que quise no seguir en la carrera del forense; pero ya había terminado y no quería decepcionara papá. Cuando hubo pasado un tiempo de ese incidente, le conté lo sucedido esperando que se burlara de mí y el me respondió muy fresco, dándole un sorbo al café
“Hijo, eso es parte de este trabajo, veras cosas peores…”

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